Lágrimas por Argentina
12 Junio 2015
Samuel Gregg


“Hay países que son ricos y hay países que son pobres. Y hay países que son pobres que están creciendo. Y luego está Argentina”.

Esta frase, atribuida al Premio Nobel de Literatura 2010, Mario Vargas Llosa del Perú, es quizá la más compacta descripción de lo que muchos consideran un caso académico de deterioro económico. Quince años ya en el siglo XXI y en la trayectoria a las elecciones nacionales en octubre, no existe indicación de que Argentina cambie de curso en el corto plazo. Eso se debe en parte a los problemas económicos aparentemente insolubles de Argentina que reflejan disfuncionalidades profundas en la política y la cultura que la mayoría de las élites de la nación —y, debe decirse, muchos argentinos comunes— tienen poco interés en enfrentar.

Lo primero que noté recientemente cuando di una conferencia en Argentina, fue el deterioro de las condiciones desde mi última visita en 2010. El centro de Buenos Aires es una impresionante mezcla de Art Deco, de Barroco, del París del siglo XIX y colosales estilos coloniales junto a arquitectura moderna a menudo de sorprendente buen gusto. Dentro de esas mismas calles, sin embargo, no es difícil observar el creciente número de mendigos, gente aturdida por el alcohol y drogas, prostitutas, gente viviendo en la calle durmiendo en portales y los muchos elegantes parques. Más aún, una vez que se conduce unos pocos kilómetros fuera del centro de Buenos Aires, usted encuentra rápidamente poblados de casuchas en los que no entra la policía.
Tales contrastes son un común telón de fondo de la Argentina contemporánea. Otra disparidad se tiene, por un lado, entre la inflación rampante y el declive general de estándares de vida, y por el otro lado, la interminable retórica de “igualdad y justicia social” que gobierna el discurso público. La realidad brutal es que doce años de las presidencias combinadas del fallecido Néstor Kirchner y su esposa Cristina Kirchner y sus políticas económicas de izquierda populista han —en el nombre de promover gran igualdad económica y justicia social— ayudado a conducir a Argentina aún más a la decrepitud económica.

En 2013, el entonces presidente de Uruguay, José Mujica —un ex guerrillero que no es un conservador —etiquetó con desaprobación, como “autárquico” al enfoque argentino de la economía. Estas políticas han incluido la nacionalización de grandes industrias, proteccionismo creciente, medidas para la sustitución de importaciones, continuas expansiones de regulaciones y el establecimiento del control de divisas. Dependiendo de con quien se hable en Argentina, existen al menos cinco tipos de cambio oficiales y no oficiales del peso argentino. No sorprende que nadie esté ansioso de usar los tipos de cambio establecidos por el gobierno. La mayoría de la gente opta por lo que es llamado el “mercado azul”. Cuando pregunté porqué se usaba la palabra azul, se me dijo: “bueno, es una palabra más elegante que ‘negro’”.

Está también la corrupción endémica que invade Argentina (por no mencionar a la mayoría de América Latina). Si usted quiere entender la razón por la que el Papa Francisco ataca continuamente a la inequidad de la corrupción, considere el contexto económico primario que le es conocido. El Foro Económico Mundial, 2014-2015, en su reporte de competitividad global colocó a Argentina en el lugar 139 del mundo (en una escala descendente de 144), en lo que se refiere a “ética y corrupción”; y 141 en “influencia indebida”.  La corrupción está especialmente extendida en el poder judicial y la policía argentina, por no mencionar a los políticos, con la familia Kirchner siendo el único más prominente político acusado de involucración.

En un nivel más amplio, el FMI ha sostenido que el gobierno de Argentina ha estado mintiendo, durante años, acerca de las estadísticas de inflación y crecimiento. Visto desde este punto, el ampliamente reportado asesinato del procurador Alberto Nisman coincide con un patrón más amplio que tarde o temprano se convierte en una característica de todos los regímenes populistas de izquierda, es decir, criminalidad sistemática.

Estas son solamente algunas de las razones por las que Argentina fue recientemente colocada en el lugar 169 (de 178), en el Índice de Libertad Económica de 2015: justo cerca de modelos de rectitud económica como los dos Congos, Zimbabue, Corea del Norte y Venezuela. Esto se traduce directamente en un pesado medio ambiente regulatorio para los negocios nacionales. En el Índice de Facilidad Para Hacer Negocios, de 2015, del Banco Mundial, Argentina se colocó en el sitio 124 (de 189) con un ranking aún peor (146) en la facilidad para iniciar un negocio. Naturalmente las mismas condiciones detienen la inversión de compañías extranjeras.

Parte del guión de izquierda populista, cuando las cosas inevitablemente salen mal, es culpar a otros de sus problemas, especialmente a los extranjeros. La lista particular del cocos del Kirchnerismo incluye a los fondos de cobertura, al FMI, a los Estados Unidos y a los intrigantes “neoliberales”. Kirchner también ha tratado de desviar la atención de los argentinos a los problemas económicos buscando —como la junta militar del General Galtieri en 1982— aumentar las tensiones con Gran Bretaña acerca de las islas Falkland.

Esto, a su vez, subraya un problema aún mayor en el cuerpo político de Argentina: la reticencia a conceder que los problemas argentinos han sido auto infligidos. Nadie hizo que el electorado argentino votara a favor de colocar en el poder en tres ocasiones a los Kirchner. Nadie fuera de Argentina forzó a la diarquía Kirchner a abrazar a la economía populista de izquierda. Nadie fuera de las fronteras de Argentina obliga a los argentinos involucrarse en la corrupción. En lo que se refiere al clientelismo que infecta a Argentina de arriba hasta abajo, eso requiere dos partes: aquellos que usan al puesto público para ofrecer favores a cambio de votos, y aquellos que aceptan el patrocinio votando en concordancia. Eso significa que millones de argentinos comunes son cómplices de prácticas que han envenenado a la economía nacional.

Así, se me preguntó constantemente en Argentina, lo que el país debía hacer. Con mayor frecuencia las preguntas tuvieron un prefacio con declaraciones de que Argentina necesitaba líderes fuertes para levantarse.

La verdad, sin embargo, es que Argentina no necesita más “grandes hombres”, menos aún un caudillo populista. Lo que Argentina necesita son reformas fundamentales de sus instituciones políticas legales y económicas. Las instituciones argentinas están entre las más débiles del mundo, siendo colocadas en el lugar 137 de 144 en el antes mencionado reporte del Foro Económico Mundial.

Es más fácil decir que esta situación desastrosa debe rectificarse, que hacerlo en realidad. La transformación institucional es difícil, requiere paciencia y toma un largo tiempo. En las democracias modernas en las que los votantes tienen una memoria corta y solo horizontes de corto plazo, esta es una gran petición muy demandante. También significa el reconocimiento de que la disminución de la pobreza se debe menos a la redistribución que a instituciones propicias para el crecimiento económico estable. Es un continente que está casi tan obsesionado con la igualdad económica como el europeo occidental moderno, esto sería equivalente a una revolución intelectual.

En el caso de Argentina, estos cambios también significan enfrentar a dos figuras políticas ataviadas con un estatus seudoreligioso por muchos argentinos —Juan y Eva Perón— quienes no solamente contribuyeron importantemente al declive de largo plazo de la nación sino que también con urgencia necesitan su desdeificación. Incluso hoy mismo, uno ve fotografías prominentes y monumentos bien mantenidos de los Perón promiscuamente desperdigados a través de ciudades y pueblos en Argentina. ¿Qué mejor manera para Argentina que distanciarse del populismo por medio de reconocimiento del mucho daño que los Perón infligieron al país — y de que la demagogia al estilo peronista continua imponiéndose?

La escala del fracaso del Kirchernismo, por no mencionar su mera sordidez, ha creado quizá condiciones únicas para deshacerse del pasado. Pero el asunto real es si los argentinos ordinarios y sus líderes están dispuestos a realizar un salto mental cultural conforme se acercan las elecciones de octubre.
Fui repetidamente informado durante mi visita en Argentina que “cualquiera sería mejor que Cristina”. Pero ¡ay!, las dificultades económicas son tales que se necesita mucho más allá de “Cristina no”. Lo que se requiere es un rechazo amplio formas enteras de pensar y hacer que están sostenidas en actitudes y prioridades aparentemente internalizadas en la retrógrada cultura económica de Argentina.

En este sentido, temo yo, el realismo sobre Argentina, parafraseando a un ex primer ministro de Israel, requiere creer en milagros.
Nota: La traducción del articulo Weeping for Argentina publicado por el Acton Institute el 15 de abril de 2015, es de ContraPeso.info: un proveedor de ideas que sostienen el valor de la libertad responsable y sus consecuencias


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