QUE SE ROMPA PERO.... EL ZORRO SABE POR.... TANTO VA EL CÁNTARO.....
En el Gobierno se elaboran
estrategias prescindiendo de que en el otro lado hay jugadores, también.
Cristina y Kici respondieron a la
debacle judicial en los Estados Unidos, discurseando con precisa ambigüedad
hasta descubrir su juego que implica no acatar el fallo Griesa. Se descubrió el
juego cuando Kici anunció el depósito del pago a los bonistas reestructurados y
le pasó la pelota al Juez. La estrategia es de “construir épica” a cualquier
consecuencia y costo. Bajo ella, el embargo era una buena noticia. Todo se
aclaraba: el Gobierno no acataba el fallo; quedaba claro a los reestructurados
que Argentina tenía voluntad de pago pero que una fuerza mayor ajena a sí misma
se lo impedía. En un mundo donde la
responsabilidad, es decir, la asunción de las consecuencias de nuestras
conductas, está más que diluida, parecía más que suficiente.
Sin embargo, del otro lado hay un
jugador al que el Gobierno insiste en ningunear. El veterano Juez Griesa parece
responder con aquello de que el “zorro sabe por zorro pero más sabe por viejo”,
en pocas horas de sus vacaciones interrumpidas, determinó que devuelvan el
dinero y que Argentina siente a sus negociadores frente a los bonistas
demandantes y el mediador designado, dando un plazo hasta el 30 de julio de
2014 para concluir las mismas.
Conclusión, violín en bolsa y a
otra cosa. Veremos si el Gobierno argentino ejecuta sus amenazas ante otra
Corte por abuso de autoridad de Griesa y de presentar reclamos diplómaticos a
Obama por no controlar éste al Poder Judicial yankee. Por cierto, no solamente
nuestro Gobierno ha actuado como si enfrente no hubiera jugadores, sino que lo
hace en base a su cultura política
nacional de avasallamiento institucional y adaptación de las instituciones a
sus necesidades.
Si acá la Presidente puede despachar jueces, fiscales y
amenazar a la Corte porque no le gustan
sus fallos o, al menos, condicionándolos, ¿por qué no podría hacerlo Obama? Y
este razonamiento lleva a la explicación que más nos gusta a los argentinos: es
una demostración de la conjura del imperio contra la Argentina. Lástima que
Chávez no vive ya que él no hubiera dudado en decirlo abiertamente, sin
subterfugios, en público.
El segundo caso es el del
Vicepresidente, hoy ya imputado en diversidad de delitos y con causas en otros
juzgados que avanzan hacia lo mismo.
La estrategia judicial de Boudou
fue la de estirar el proceso tanto como estuviera a su alcance (igual que lo
hecho con el juicio de los holdouts en Nueva York) y mentir, mentir y mentir.
Si bien nadie está obligado a declarar en su contra, la mentira elemental tiene
este riesgo: la facilidad para desmentirla.
Pensó el Vice que –al igual que
lo está haciendo Kici en la ejecución de la sentencia de Griesa- haciendo
barullo desde balcones y los medios, podría condicionar al Juez y hacer
creíbles sus dichos. Sin embargo, mentiras elementales, cual de un niño menor,
son desarticuladas por los hechos enunciados
por el Juez Lijo en su fallo del viernes quedando obligado al dictado del procesamiento.
No es casualidad que ambos
funcionarios -uno en una cuestión institucional y el otro personal- hayan
adoptado estrategias similares: son las conductas que adoptan los
revolucionarios.
Como sabemos, un revolucionario no se atiene a la
institucionalidad vigente, ya que se siente autorizado para sustituirla. Cuando
el revolucionario, además, ensambla la revolución con su suerte personal,
principalmente la económica, no le queda más camino que intentar lo imposible
para avasallar y domesticar al poder judicial, como lo ha intentado Cristina y
que nos costara durante el 2013 el intento de tomar al Poder Judicial. Fracasaron en ello pero están siendo exitosos en la colonización de ese Poder.
En el caso de Boudou, memoriosos
recuerdan que la estrategia con Ciccone tuvo el acuerdo de Néstor Kirchner. En
el caso de Kicilof, la herencia recibida lo puso en la situación de continuar
una estrategia de desprecio institucional y hasta el desacato a un tribunal que
fijara la propia República Argentina. En este caso, es más revolucionario que
Boudou: aquel lo hace por su enriquecimiento personal y éste por convicciones,
en un eterno dilema que no encuentra solución de cuál es peor.
La revolución aplica aquel
antiguo lema que adoptara Leandro N.
Alem a fines del 1800: que se rompa pero que no se doble. Las consecuencias de
estas posturas son la tensión política y social y hasta el enfrentamiento
armado. En el caso de Alem, finalmente fue el suicidio. En nuestro caso moderno de la deuda, nos costará dinero y esfuerzo por varios años.
Por último, el revolucionario
jamás acepta la derrota. La tratará de convertir en la base de una nueva fase
de confrontación y pelea. Lo que no consiguió por allí, intentará hacerlo por
acá. Así, una y otra vez, por aquello de “tanto va el cántaro a la fuente….” que
al final, algo logra.
La revolución, entonces, viene
siendo apaleada de la mano de estrategias de amañamiento procesal y mediático,
mentiras, relatos y construcción de una épica que no termina de asomar a los ojos
del gran público.
Claro que el costo en tiempo de
vida y en dólares que cada argentino deberá aportar por varios años a un Estado
tramposo y mal perdedor, será enorme. Mientras Cristina y sus secuaces, dejarán
el escenario recluyéndose en mansiones, casas de fin de semana perfectamente
equipadas, estancias y dinero suficiente para sus nietos.
Todo salido de tu impuesto a las ganancias,
el IVA de tus consumos, los impuestos sobre los combustibles y demás impuestos que se tu cruzan periódicamente.
Desde hace muchos años –no es un
invento de los Kirchner- los gobernantes en todos los niveles del Estado, “privatizan”
dinero público y, lo que es peor, se lo hace bajo discursos nacionales y
populares, plenos de retórica relativa al pueblo más desposeído y lleno de estatizaciones ya que generan más "cajas" de robo.
¿Nos cansamos los argentinos de
todo esto? Pocos y sólo esporádicamente hay estallidos que, rápidamente, son
revertidos por una diestra clase política en el arte del afano, echar culpas a
otros y convencer a los connacionales de que las corpos, los imperios y otros buitres planetarios son los causantes de nuestras desventuras. Todo ello, sin escrúpulo alguno de las consecuencias derivadas de su vileza.
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