FRASES EN EL TEMA AMIA Y OBTENIDO EN
REDES SOCIALES
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¿Porqué renunció el Papa? Seguimos y
seguiremos con este tema mientras sigan surgiendo interpretaciones. Hoy,
parte del reportaje al biógrafo de Ratzinger; la respuesta espontánea de un
religioso al que le “tiramos” la pregunta y Sandro Magister en partes
pertinentes de dos escritos suyos en el que, veladamente, argumenta en línea
con el artículo que publicamos de lector de NdF: una renuncia estratégica
para dar un salto hacia el futuro de la Iglesia
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ARTÍCULO DE FONDO. Densa reflexión de
Mario Vargas Llosa, Sartre y los sueños perdidos de la política. Un párrafo,
“La
política impregna hasta los tuétanos la vida cultural en todas sus
manifestaciones y los extremos apenas dejan espacio a un centro democrático y
liberal que tiene pocos defensores en el mundo intelectual. No sólo Sartre y
Merleau-Ponty ven en De Gaulle y la Quinta República a un fascismo renaciente
y en Estados Unidos a un nuevo nazismo. Semejante disparate es en aquellos
años de esquematismo e intolerancia un lugar común. Produce vértigo que
pensadores que nos parecían los más lúcidos de su tiempo se dejaran cegar de
ese modo por los prejuicios políticos.”
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Frases en el tema AMIA
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Ginsberg:
"De los 19 años que tenemos de impunidad, el matrimonio Kirchner lleva
10"
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"Era un
ambiente de una pobreza y de un nivel de compromiso que uno no espera del
Congreso. El canciller Héctor Timerman imprimió las características de este
ambiente, pobre, chicanero, vulgar. Hubo que estar horas y sobrellevar ese
clima. Estuvo en manos de Timerman porque la intención de ellos era apurar la
ley", afirmó Ginsberg en declaraciones al programa "Cada
mañana", por Radio Mitre.
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Esta ley
significa un punto final para la AMIA
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REDES SOCIALES
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O sea, un
gobierno que no confía en la justicia quiere mandar a un juez y a un fiscal a
un país que niega su responsabilidad en un atentado para encontrar a los
culpables de ese atentado que ese país dice que cometieron las propias
víctimas para perjudicarlo.
Y el canciller, ese mismo que hace unos días
pedía a un diario inglés que “por favor lo tomen en serio”, dice que no sabe
si habrá verdad ni justicia, pero que de algún modo van a ver si quizás
encuentran a los culpables –las víctimas, ¿tal vez?– y un senador pide que la
apuren porque la presidenta ya dijo que hay que aprobarlo y si lo dijo la
presidenta no se discute más.
Todos son
impresentables, pero el rol más patético, siempre, es el del judío útil, que
sale a defender lo indefendible y se carga, de paso, al país que más garra le
puso para liberar a su padre de la detención ilegal de una dictadura
antisemita. De Filmus no vale la pena hablar porque es nada y la nada no
existe. Pero vos, Héctor Timerman, renunciá ya.
(en Facebook)
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RENUNCIA DEL PAPA.
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Quién recogerá las llaves de Pedro
de Sandro
Magister
…Este gesto (la
renuncia) tiene la fuerza de una revolución que no tiene igual ni siquiera en
siglos lejanos. A partir
de aquí la Iglesia entra en terreno desconocido. Deberá elegir un
nuevo Papa mientras el predecesor está aún en vida y sus palabras todavía
resuenan, sus dictámenes aún valen y su agenda espera ser llevada a cabo…
…Los
cardenales que a mediados de marzo se encerrarán en conclave son 117, el
mismo número de los que hace ocho años eligieron al Papa Joseph Ratzinger en
el cuarto escrutinio con más de dos tercios de los votos, en una de las
elecciones más fulmíneas y menos contrastadas de la historia.
…En 2005, la
candidatura de Ratzinger no surgió repentinamente: ya se había madurado al
menos un par de años antes, y todas las candidaturas alternativas habían
fracasado una tras otra. Hoy seguramente no será así. Y a la dificultad de
individuar los candidatos se suma lo inédito de un Papa renunciante.
El cónclave
es una máquina electoral única en el mundo que, afinada en el tiempo, ha
conseguido en el último siglo producir resultados sorprendentes, eligiendo Papas a hombres de
cualidades decididamente más altas del nivel medio del colegio cardenalicio
que, en su momento, los ha votado.
…Además, los
cónclaves se caracterizan a menudo por la capacidad del colegio cardenalicio
de imprimir virajes en
el papado. La secuencia de los últimos Papas es instructiva también
sobre esto.
…Pero en las
próximas semanas sucederá algo que no ha sucedido antes. Los cardenales
tendrán que valorar qué confirmar o innovar respecto al precedente pontífice
con él aún vivo. De Ratzinger todos recuerdan y admiran el respeto con el
cual trataba también a quien era su adversario: hacia el cardenal Carlo Maria
Martini, el más eminente de sus opositores, ha manifestado siempre una admiración
profunda y sincera. Ahora bien, a pesar de su prometido retiro dedicado a la
oración y el estudio, casi una clausura, es difícil que su presencia, aunque silenciosa, no grave
sobre los cardenales convocados en cónclave y, después, sobre el nuevo elegido.
Es inexorablemente más fácil debatir con libertad y franqueza de un Papa en
el cielo que de un ex Papa en la tierra.
En Italia, en
Europa y en Norteamérica la Iglesia atraviesa años difíciles, de declive
general, pero con un despertar vital e incidencia pública aquí y allá, a
veces inesperado, como ha sucedido recientemente en Francia. De nuevo, por
tanto, los cardenales electores podrían orientarse a candidaturas de esta
área, que en todo caso sigue poseyendo el liderazgo teológico y cultural
sobre toda la Iglesia. Y precisamente Italia podría volver a la carrera,
después de dos pontificados que han ido a parar a un polaco y a un alemán….
UNA
APUESTA SOBRENATURAL
La renuncia
de Benedicto XVI al papado no es para él ni una derrota ni un rendimiento
(rendición, NdF). "El futuro es nuestro, el futuro es de Dios", ha
dicho contra los profetas del infortunio en su última aparición pública antes
del anuncio de la dimisión, la tarde del viernes 8 de febrero en el seminario
romano.
Y hace dos
inviernos, hablando precisamente sobre su posible futura dimisión, había
advertido: "No se puede escapar en el momento de peligro y decir: Que se
ocupe otro. Se puede
dimitir en un momento de serenidad o cuando sencillamente no se puede más".
Si ahora, por
tanto, el Papa Joseph Ratzinger ha decidido en conciencia que su jornada de
"humilde trabajador en la viña del Señor" ha llegado a su fin, es
sencillamente porque ha
visto cumplirse las dos condiciones: el momento es sereno y el vigor para
"administrar bien" ha disminuido por el peso de los años.
Efectivamente,
parece que hay una
tregua después de las muchas tempestades que se han sucedido en sus
casi ochos años de pontificado. Una tregua que, sin embargo, ha dejado
intactas las posiciones de poder que en la curia alimentan desde hace muchos
años la inestabilidad.
Serán los dos
últimos secretarios de Estado, los cardenales Angelo Sodano y Tarcisio
Bertone, ninguno de los cuales es inocente, quienes gobiernen el interregno
entre un Papa y el otro, el primero como decano del colegio cardenalicio, el
segundo como camarlengo. Pero
ambos saldrán luego definitivamente de escena. Para los otros jefes de
curia el "spoils system", que tiene su inicio según la ley canónica
con cada cambio de pontificado, liberará el nuevo Papa, si él querrá, de los
malos administradores de la gestión precedente.
En sus casi
ocho años de pontificado, Benedicto XVI ha sido determinado y clarividente al
indicar las metas y mantener recto el timón, pero en la barca de Pedro la tripulación no siempre le
ha sido fiel.
Ha sucedido
así cuando ha impuesto una rigurosa línea de conducta para contrastar el
escándalo de la pedofilia entre el clero, enfrentándose a aplicaciones
hipócritas y tardías.
Ha sucedido
lo mismo cuando ha ordenado limpieza y transparencia en los despachos
financieros eclesiásticos, siendo desobedecido.
Ha sido así
cuando ha visto cómo le ha traicionado su mayordomo de confianza, que ha
violados sus secretos y robado los papeles más personales.
Pero hay más.
Papa Ratzinger se ha
batido sobre todo para reavivar la fe de la Iglesia, para corregir sus desbandadas
en la doctrina, en la moral, en los sacramentos y en los mandamientos. Y
también aquí a menudo se ha encontrado solo, atacado, incomprendido.
Ha sido, en
resumen, una reforma inacabada la que perseguía Benedicto XVI. Dimitiendo ha
reconocido que no puede llevarla adelante con sus débiles fuerzas. Y se ha
confiado al cónclave para que elija un nuevo Papa con la energía necesaria
para llevar a cabo tal empresa.
La suya es
una apuesta sobrenatural que recuerda la de su predecesor Juan Pablo en los
últimos, dolorosos años de su vida.
Entre los
analistas de la Iglesia, es el profesor Pietro De Marco de la universidad de
Florencia quien ha comprendido con más perspicacia el significado de la audaz
renuncia de Benedicto XVI.
La diferencia parece abismal
entre el Papa actual y
su predecesor Juan Pablo II, que en lugar de dimitir quiso “permanecer en la
cruz” hasta el último momento. Pero no es así.
Papa Karol
Wojtyla confió al carisma de su cuerpo enfermo una ganancia espiritual para
la Iglesia que sobrepasara la creciente ineficiencia de su gobierno.
Mientras que
Benedicto XVI afronta un riesgo simétrico: confía el gobierno de la Iglesia,
es decir, su "bien", a las fuerzas íntegras de su sucesor, en lugar
de a los beneficios espirituales ofrecidos por una entrega prolongada a la
propia debilidad, si permaneciera en el cargo.
El carisma de Juan Pablo
II y la racionalidad
de Benedicto XVI son las dos caras indisolubles de los dos últimos
pontificados, cuyo signo son los respectivos actos finales.
Es por tanto
insensato ver en la dimisión del Papa actual el inicio de una nueva praxis
que obligará a los futuros pontífices a dimitir por enfermedad o por el peso
de los años, tal vez bajo el arbitraje de un jurado visible o invisible
formado por médicos, obispos, canonistas, psicólogos.
La decisión
de un Papa de dimitir o de permanecer en el cargo a vida es siempre sólo suya
según el ordenamiento de la Iglesia. Benedicto XVI ha decidido su renuncia
"en conciencia ante Dios" y no la ha sometido a nadie. Sencillamente,
la ha anunciado.
Y ahora ha
puesto todo en las manos imponderables del próximo cónclave y del futuro
pontífice. Comenta De Marco:
"La
puesta en juego, en lo que se refiere al juicio humano, es enorme. Pero
confío en esto: del mismo modo que el elevado riesgo de Juan Pablo II de
gobernar la Iglesia con su ser sufriente ha obtenido el milagro de la
elección de Papa Benedicto, así el riesgo, igualmente radical, de Benedicto
de volver a entregar la guía de la Iglesia a Cristo para que conceda su peso
a un nuevo Papa con fuerzas, obtendrá otro pontífice a la altura de la
historia".
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Los dos artículos de
Sandro Magister han sido publicados en "L'Espresso" n. 7 de 2013, a
la venta desde el 15 de febrero.
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Andreas Englisch: "El Papa sentía que parte
de la Iglesia lo había dejado solo"
Por Laura Lucchini
…
-¿Cómo sabía aquello de que el Papa
dimitiría?
-Ya hace diez
años yo había escrito un artículo acerca de la posibilidad de que un papa se
retire. El Vaticano reaccionó entonces muy mal, en el sentido de que me
criticaron mucho y dijeron que se trataba de un tema del que ni siquiera se
debería discutir. El único que dijo que estas críticas eran injustificadas
fue el entonces cardenal [Joseph] Ratzinger. Él dijo en varias ocasiones: si
un papa se hace demasiado mayor, debería dejar su cargo. Por eso, sabía que
lo haría.
-El Papa dijo que le "faltan
fuerzas". ¿Cree que ésa fue su motivación principal?
-Él está
bastante bien. No creo
que ése haya sido su principal motivo. La verdadera razón es que él tenía la
impresión de que ya no representaba a gran parte de la Iglesia. Sentía
que gran parte de la Iglesia lo había dejado solo. Hubo varios momentos en
los últimos meses donde vio que muchos obispos y cardenales ya no lo seguían.
Cuando se dio cuenta de esto, decidió abandonar.
-Este pontificado fue marcado por
algunos escándalos...
-Los
principales escándalos fueron tres. Uno, el de los abusos sexuales. Otro gran
error fue hablar mal de Mahoma en el curso de su viaje a Ratisbona. Y en
tercer lugar, la rehabilitación del cura antisemita miembro de la Fraternidad
de Pío X Richard Williamson (expulsado de la Argentina en 2009), algo
inaceptable para un papa alemán.
-¿Fue presionado para renunciar o
actuó libremente?
-No es
posible presionar a un papa, o por lo menos es difícil. Estaba desilusionado de que
había poca comprensión de su línea y tan poca ayuda.
-Usted dice que el Papa sintió que
ya no representaba a gran parte de la Iglesia. ¿Quiénes eran en concreto los
que se estaban alejando de Benedicto XVI?
-Se trata de
un gran grupo de obispos
que tiene una visión distinta de la del Papa acerca de la pregunta de qué hay
que hacer con los divorciados que se volvieron a casar y que hasta ahora
están excluidos de los sacramentos. Sin embargo, gran parte de los
obispos no está de acuerdo con esta postura. En este momento hay varias iniciativas
para cambiar este punto, pero la directiva actual es la que quiere el Papa.
Pero él se daba cuenta de que gran parte de los obispos ya no estaban de su
lado.
-Concretamente, ¿cuán solo se puede
sentir un pontífice?
-Lo conozco
bien desde antes y sé que era una persona que siempre estuvo muy sola.
Ratzinger conocía poca gente en el Vaticano. Tenía dos amigos: uno, su
secretario Josef Clemens; el otro, su colaborador, el cardenal Tarcisio
Bertone. Pero nadie más. Él escribió varias veces que se sentía dejado solo.
También escribió a los obispos alemanes porque se sentía criticado por parte
de ellos y quería entender por qué. Hablé con él directamente, antes de que
fuera papa, y decía que buena parte de los alemanes y de los teólogos no
estaba con él. Durante el papado de [Karol] Wojtyla siempre había mucha gente
en su habitación. Y en la de Ratzinger, raramente había alguien.
-Su relación con la Iglesia alemana
siempre fue problemática...
-Fue algo muy
tormentoso. Tenía un enfrentamiento tras otro. El cardenal Karl Lehmann, que
fue también presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, luchó contra la
línea de Ratzinger durante muchos años. Ellos nunca se reconciliaron
verdaderamente.
-Además de la cuestión de la
renuncia, ¿por qué otras cosas cree que será recordado este pontificado?
-Él intentó
limitar los daños de la catástrofe de los abusos sexuales. Ése fue un paso
grande, porque él no era culpable. Estos problemas se originaron en tiempos
precedentes. Juan Pablo II no luchó contra los responsables de esos crímenes.
Ratzinger se enfrentó a un problema que no había causado y lo hizo de manera
muy humilde. Se disculpó con todo su corazón frente a las víctimas de todo el
mundo.
-¿Qué características tiene que
tener el futuro papa?
-Ahora empieza
la gran batalla para ver si los italianos logran conquistar de nuevo la
butaca de papa. Ésta es la pregunta fundamental. Si logran hacer esto,
volverán a transformar el papado en algo de la Iglesia italiana. Si no lo
logran, el papado seguirá siendo global, tal como lo hicieron Juan Pablo II y
Benedicto XVI..
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¿Por
qué renunció el Papa?, le pregunté a un religioso de mi conocimiento. Porque
se quedó sin respuestas. Los requerimientos que tiene que resolver un próximo
Papa no tienen respuestas de parte de Benedicto XVI: los divorciados, los miles de sacerdotes que
están hoy en pareja, las mujeres y el sacerdocio, son temas que son vistos
como blanco y negro por el actual Papa y no puede seguir.
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ARTÍCULO DE FONDO. Reflexiones
sobre un libro de Sartre que lo llevan a su juventud con la perspectiva de
una vida vivida
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Sartre y los sueños perdidos de la política
Reflexiones,
por Mario Vargas Llosa / El País (Madrid).
Estaba
ordenando el escritorio y un libro cayó de un estante a mis pies. Era el
cuarto volumen de Situations (1964), la serie que reúne los artículos y
ensayos cortos de Sartre. Lo encontré lleno de anotaciones hechas cuando lo
leí, el mismo año que fue publicado. Comencé a hojearlo y me he pasado un fin
de semana releyéndolo. Ha sido un viaje en el tiempo y en la historia, así
como una peregrinación a mi juventud y a las fuentes de mi vocación.
Sus libros y
sus ideas marcaron mi adolescencia y mis años universitarios, desde que
descubrí sus cuentos de El muro, en 1952, mi último año de colegio. Debo
haber leído todo lo que escribió hasta el año 1972, en que terminé, en
Barcelona, los tres densos tomos dedicados a Flaubert (El idiota de la
familia), otra de las tetralogías que dejó incompletas, como las novelas de
Los caminos de la libertad y su empeño en fundir el existencialismo y el
marxismo, Crítica de la razón dialéctica, cuya síntesis final, prometida
muchas veces, nunca escribió.
Después de
veinte años de leerlo y estudiarlo con verdadera devoción, quedé decepcionado
de sus vaivenes ideológicos, sus exabruptos políticos, su logomaquia y
convencido de que buena parte del esfuerzo intelectual que dediqué a sus
obras de ficción, sus mamotretos filosóficos, sus polémicas y sus úcases,
hubiera sido tal vez más provechoso consagrarlo a otros autores, como Popper,
Hayek, Isaías Berlin o Raymond Aron.
Sin embargo,
confieso que ha sido una experiencia estimulante —algo melancólica, también—
la relectura de su polémica con Albert Camus del año 1952, sobre los campos
de concentración soviéticos, de su recuerdo y reivindicación de Paul Nizan,
de marzo de 1960, y del larguísimo epitafio (casi un centenar de páginas) que
dedicó a la memoria de su compañero de estudios, aventuras políticas y
editoriales, amigo y adversario, el filósofo Maurice Merleau-Ponty (1961).
Era un
soberbio polemista y su prosa, que solía ser siempre inteligente pero seca y
áspera, en el debate se enardecía, brillaba y parecía insaciable su afán de
aniquilación conceptual de su contrincante. No se equivocó Simone de Beauvoir
cuando dijo de él que era "una máquina de pensar", aunque habría
que añadir que ese intelecto desmesurado, esa razón razonante, podía ser
también, por momentos, fría y deshumanizada como un arenal. Leída hoy, no
cabe la menor duda de que su respuesta a Camus era equivocada e injusta, y
que fue el autor de El extranjero quien defendió la verdad, condenando la
muerte lenta a que fueron sometidos millones de soviéticos en el gulag por el
estalinismo a menudo por sospechas de disidencia totalmente infundadas y
sosteniendo que toda ideología política desprovista de sentido moral se
convierte en barbarie. Pero, aun así, los argumentos que esgrime Sartre, pese
a su entraña capciosa y sofística, están tan espléndidamente expuestos, con
retórica tan astuta y persuasiva, tan bien trabados e ilustrados, que
suscitan la duda y siembran la confusión en el lector. Arthur Koestler
pensaba en Sartre cuando dijo que un intelectual era, sobre todo en Francia,
alguien que creía todo aquello que podía demostrar y que demostraba todo
aquello en que creía. Es decir, un sofista de alto vuelo.
La evocación
de Paul Nizan (1905-1940), su condiscípulo en el liceo Louis le-Grand y en la
École Normale Supérieure, a quien lo unió una amistad tormentosa, es soberbia
y —adjetivo que rara vez merecían sus escritos— conmovedora. Hijo de un
obrero bretón que, gracias a su talento, recibió una educación esmerada,
Nizan fue muchas cosas —un dandi, un anarquista, autor de panfletos
disfrazados a veces de novelas que seducían por su violencia intelectual y su
fuerza expresiva— antes de convertirse en un disciplinado militante del
Partido Comunista. Cuando el pacto de la URSS con la Alemania nazi, Nizan
renunció al partido y criticó con dureza esa alianza contra natura. Poco
después, apenas comenzada la Segunda Guerra Mundial, murió en el frente de
una bala perdida. Pero su verdadera muerte fue la pestilencial campaña de
descrédito desatada por los comunistas para envilecer su memoria.
Camus rompió
con Sartre por la cercanía de éste con el Partido; Nizan, por las diferencias
y reticencias que guardaba con aquél. En su ensayo, que sirvió de prólogo a
Aden, Arabie, Sartre hace un recuento muy vivo de la fulgurante trayectoria
de ese compañero que parecía destinado a ocupar un lugar eminente en la vida
cultural y que cesó, de aquella manera trágica, a sus 35 años. En tanto que,
cuando refuta a Camus, aparece como un perfecto compañero de viaje, en el que
dedica a defender la vida y la obra de Nizan, Sartre es un develador
implacable del sectarismo dogmático que cubría de calumnias infames a sus
críticos y prefería descalificarlos moralmente antes que responder a sus
razones con razones. El ensayo es también una premonición de lo que podría
llamarse el espíritu de Mayo de 1968, pues en él Sartre propone a Nizan como
un ejemplo para las nuevas generaciones, por haber sido capaz de romper los
moldes ideológicos y las convenciones y esquemas dentro de los que se movía
la izquierda francesa, y haber buscado por cuenta propia y a través de la
experiencia vivida un modo de acción —una praxis— que acercara el medio
intelectual a los sectores explotados de la sociedad.
El ensayo
sobre Merleau-Ponty es, también, una autobiografía política e intelectual, un
recuento de los años que compartieron como estudiantes de filosofía en la
École Normale Supérieure, su descubrimiento de la política, del marxismo, de
la necesidad del compromiso, y, sobre todo, su toma de conciencia del odio
que les inspiraba el medio burgués de que ambos provenían. Este odio impregna
todas las frases de este ensayo y se diría que, a menudo, es él, antes que
las ideas y las razones, y antes también que la solidaridad con los
marginados, el que dicta ciertas tomas de posición y pronunciamientos de los
dos amigos. Sartre es muy sincero y poco le falta para reconocer que, en su
caso, la revolución no tiene otro objetivo primordial que borrar de la tierra
a esa clase social privilegiada, dueña del capital y del espíritu, en la que
nació y contra la que alienta una fobia patológica. En este ensayo aparece la
famosa afirmación sartreana ("Todo anticomunista es un perro") que
llevó a Raymond Aron a preguntar a Sartre si había que considerar a la
humanidad una perrera.
Merleau-Ponty
fue el último de los intelectuales de alto nivel con los que Sartre fundó Les
Temps Modernes en romper con la revista que, durante años, fue para muchos
jóvenes de mi generación una especie de Biblia política. A partir del
alejamiento de Merleau-Ponty, en los años cincuenta, sólo quedarían con
Sartre los incondicionales, que, durante toda la guerra fría, aprobarían sus
idas y venidas y sus retruécanos a veces delirantes en esa danza
sadomasoquista que vivió hasta el final con todas las variantes comunistas
(incluida la China de la revolución cultural).
Este ensayo
impresiona porque muestra la fantástica evolución de Europa en el medio siglo
transcurrido desde que se escribió. Cuando Sartre lo publica, la URSS parecía
una realidad consolidada e irreversible. La guerra fría daba la impresión de
poder transformarse en cualquier momento en guerra caliente y, aunque Sartre
y Merleau-Ponty discrepan sobre muchas cosas, ambos están convencidos de que
la tercera guerra mundial es inevitable y que, una vez que estalle, el
Ejército soviético tardará muy poco en ocupar toda Europa occidental.
La política
impregna hasta los tuétanos la vida cultural en todas sus manifestaciones y
los extremos apenas dejan espacio a un centro democrático y liberal que tiene
pocos defensores en el mundo intelectual. No sólo Sartre y Merleau-Ponty ven
en De Gaulle y la Quinta República a un fascismo renaciente y en Estados
Unidos a un nuevo nazismo. Semejante disparate es en aquellos años de
esquematismo e intolerancia un lugar común. Produce vértigo que pensadores
que nos parecían los más lúcidos de su tiempo se dejaran cegar de ese modo
por los prejuicios políticos.
Ahora bien,
pese a las orejeras ideológicas que delatan, aquellos debates tienen algo que
en el mundo de hoy ha sido barrido por, de un lado, la banalidad y la
frivolidad, y, por otro, el oscurantismo académico: la preocupación por los
grandes temas de la justicia y la injusticia, la explotación de los más por
los menos, el contenido real de la libertad, cómo conciliar ésta con la
justicia e impedir que sea sólo una abstracción metafísica, etcétera. En
nuestros días los debates intelectuales tienen un horizonte muy limitado y
transpiran una secreta resignación conformista, la idea de que aquellas
utopías de los tiempos de Sartre y Camus han quedado para siempre erradicadas
de la historia. Hoy por hoy, tratándose de política, el sueño está prohibido,
ya sólo son admisibles los sueños literarios y artísticos.
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