HOY NADA MÁS QUE 2 ARTÍCULOS:
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1 – Sobre el Convenio de
Entendimiento Argentino-iraní
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…¡Qué historia rara, lector! Si el Congreso aprueba este
memorando, será tratado y no tendremos vuelta atrás. Por lo menos, tratemos
de no comprometernos para siempre con este “hecho histórico”. Que sea, sólo,
una de las tantas cosas de este Gobierno, que serán desandadas. No le
pongamos a la impunidad el sello de la nación. X Dante Caputo
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2 – El estilo “nada de nada” de
Daniel Scioli desde el análisis de un especialista semiólogo
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…Daniel Scioli tiene precisamente la reputación de no
contestar las preguntas directas que se le hacen en público… Por Eliseo
Verón.
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ARTÍCULO DE FONDO. Clarísimo artículo
sobre el convenio de entendimiento argentino-iraní que te da la perspectiva
de porqué, finalmente, las asociaciones judías repudian el tratado. Y desde
esto, podés entender porqué, de golpe, el Canciller está creando un nuevo
“conflicto” con Gran Bretaña: entró en un lío del que debe salir de alguna
manera
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Ahmadinejad ama la verdad
Por Dante
Caputo
Hace unos
días, los ministros de Relaciones Exteriores de la Argentina y de Irán
firmaron un memorando de
entendimiento sobre la cuestión del atentado a la AMIA.
Los
memorandos de entendimiento son una de las formas básicas utilizadas para
acordar formalmente la voluntad de dos o más partes, por lo general
representantes de gobiernos. La forma más elaborada y compleja es el tratado.
A diferencia del memorando, el tratado compromete la voluntad de una nación,
y su incumplimiento genera sanciones. Al obligar a la nación y no sólo al
gobierno que ocasionalmente los firma, los tratados requieren la aprobación
del Poder Legislativo.
Por lo tanto, lo que fue firmado en
Etiopía no requiere aprobación legislativa. Pero, curiosamente, el
texto firmado indica lo contrario: “Este acuerdo será remitido a los órganos
relevantes de cada país, ya sean el Congreso, el Parlamento u otros cuerpos,
para su ratificación o aprobación de conformidad con sus leyes”.
Esta dista de
ser una cuestión formal. Si
se sigue el procedimiento legislativo, el memorando devendrá tratado y se
convertirá en ley. Su vigencia se prolongará en el tiempo con independencia
de los gobiernos. Si,
por ejemplo, al final de este oscuro sendero se acordara una indemnización a
los familiares de las víctimas en lugar del enjuiciamiento y condena de los
culpables (así sucedió en Libia con el atentado ordenado por Kadafi al vuelo
103 de Pan American), nunca podríamos volver atrás.
Una
aprobación legislativa de este acuerdo significaría entonces que la Argentina, no sólo el
Gobierno actual, habría aceptado la impunidad.
¿Qué busca el
memorando-tratado? Al inicio del texto se señala el objetivo de la acción
conjunta: “Se creará una Comisión de la Verdad compuesta por juristas
internacionales para analizar toda la documentación presentada por las
autoridades judiciales de la Argentina y de la República Islámica de Irán”.
Aquí se nota
otra originalidad del memorando-tratado: la creación de una Comisión de la
Verdad entre dos países. Este es el primer caso en que una comisión de este
tipo no está compuesta por partes del mismo país. En todos los casos
conocidos, una Comisión de la Verdad se forma entre dos o más sectores de una
sociedad para que todos den su testimonio sobre un conjunto de hechos
sucedidos, siempre violentos y que generaron muertes, persecuciones y
destrucción.
Una Comisión de la Verdad se establece para
saber lo que pasó, no para castigar a los culpables. Quienes la
componen reconocen que los
responsables de los delitos no podrán ser enjuiciados y acuerdan la
reconstrucción histórica; se ponen rostros a los victimarios. Unos no tienen
poder para enjuiciar y los otros poseen el suficiente para no dejarse
enjuiciar.
Extrañamente,
tras varias críticas, llegando a calificar el acuerdo de “trampa”, miembros
de la DAIA y la AMIA dijeron hace cuatro días –en un llamativo cambio de
posición– que “ahora que les habían aclarado lo que se quería decir en el
texto, veían su utilidad”. Disculpe, lector, mis reiteraciones, pero lo hago
tratando de evitar la engañosa ilusión de quienes sufren: la intención de los tratados
no se aclara, se escribe. Si hay una intención por parte del Gobierno
que va más allá del texto, esa
intención no tiene valor. Lo que vale es lo que está escrito, no su
interpretación.
El
memorando-tratado reemplazará a la Justicia. Irán puede mostrar lo que
acordó, y allí no hay una sola palabra que obligue o sugiera la posibilidad
de un juicio.
La Comisión
de la Verdad no es la antesala de la Justicia. Siempre ha sido así. El
magistrado Raúl Zaffaroni sostiene que éste es el comienzo del camino
judicial y que fue una equivocación hablar de Comisión de la Verdad. Qué error
notable para un juez: el nombre designa correctamente lo que es, y no hay
nada en el texto que indique la posibilidad de acción judicial posterior. Lo
que no está en el tratado no está en el mundo.
Otro hecho
llamativo, sobre el cual no se ha oído ninguna explicación, es la
inexplicable razón por la cual el presidente iraní, Mahmud Ahmadinejad, firmó
este texto. A cambio de aceptar que sus funcionarios testimonien ante esta
Comisión y autoridades judiciales argentinas, ¿alguien explicó qué gana Irán?
Hace casi 18
años que sucedió el atentado, uno de los más grandes actos terroristas
antijudíos desde el final de la Segunda Guerra en el mundo. Sin embargo, el
régimen iraní convivió con la sospecha sin que pareciera sacarle el sueño. ¿Por qué ahora este afán de
purificación? Puede, lector, que mi información limitada me lleve a
ignorar cosas obvias. Pero no imagino, ni vi que otros conocieran, la razón
de la contrición.
El presidente
Ahmadinejad, lamentable producto de la historia del último medio siglo de su
país, no es un individuo con quien se pueda hacer un acuerdo. Es responsable de una brutal
represión interna, de la muerte de muchos de sus compatriotas que objetaron
los resultados electorales, es homofóbico y niega la existencia del
Holocausto. Es un
activista del negacionismo. Organizó en su país congresos “mundiales
de expertos” para demostrar la falsedad histórica de la Shoah, la catástrofe
humana del siglo XX. En esos congresos estuvieron presentes escritores,
actores, políticos de varios países, casi todos ellos con condenas de cárcel
en sus países por delitos raciales.
En el
atentado a la AMIA murieron 85 personas. Eran trabajadores y estudiantes
argentinos, chilenos, bolivianos y polacos. Y ahora, el Gobierno nos dice, lector, a usted, a mí y
otros muchos, que deberíamos creer que no sólo no se podrá hacer justicia,
sino que la verdad sobre las causas de esas muertes será indagada por
representantes de un país que desconoce, rechaza y niega la exterminación de
seis millones de personas.
Creo que cometeríamos
un acto de estupidez histórica. Pero si Irán no buscó esto, ¿quién lo hizo?
¿Por qué?
En el pasado
mes de octubre, la agencia de noticias iraní FARS publicó la siguiente
información: “El presidente iraní Mahmud Ahmadinejad dijo que una vez que las
investigaciones tuvieran lugar de forma precisa e imparcial, recién entonces
se habrá preparado el terreno para la expansión de las relaciones comerciales
entre Irán y la Argentina”. Por lo tanto, el señor Ahmadinejad pone (¡él, no los argentinos!) como
condición la investigación, y, una vez que quede bien claro todo, nuestro
país podrá aumentar sus exportaciones.
El
negacionista quiere la verdad sobre 85 muertes, la mayoría judía. Parece que,
entonces, si nosotros
permitimos que se conozca la verdad, tendremos como recompensa un comercio
ampliado. Hoy vendemos por valor de 1.200 millones de dólares e
importamos por veinte millones. ¿Cuánto más vale la verdad?
¡Qué historia
rara, lector! Si el Congreso aprueba este memorando, será tratado y no
tendremos vuelta atrás. Por lo menos, tratemos de no comprometernos para
siempre con este “hecho histórico”. Que sea, sólo, una de las tantas cosas de
este Gobierno, que serán desandadas. No le pongamos a la impunidad el sello
de la nación.
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PLANETA SCIOLI. Un análisis desde
lo discursivo, las preguntas y respuestas. De alto interés para quienes
curten la SCIOLIMANÍA
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Scioli, el "presidenciable", y el arte de responder sin
definir
Por Eliseo
Veron
Lo que sigue
ya lo he relatado en alguno de mis libros, pero me permito recordarlo aquí de
manera sintética, porque tiene que ver con el tema de esta nota y resurgió
instantáneamente en mi memoria cuando me puse a escribirla. París, mayo de
1981.
Asisto a
reuniones en la sede del Partido Socialista, donde se discute con qué
estrategia el candidato François Mitterrand deberá enfrentar a su adversario
Valéry Giscard d’Estaing (presidente en ejercicio que busca su reelección) en
el debate cara a cara que tendrá lugar antes de la segunda vuelta de la
elección presidencial.
Algunos de
los participantes en esas reuniones hemos estado visionando, una y otra vez,
la grabación del debate de 1974 entre los mismos dos candidatos, debate del
que Giscard había resultado claro ganador, según los medios y la opinión
pública de aquel entonces.
La táctica giscardiana consistente en hacer
preguntas-trampa, destinadas a mostrar que su adversario es incapaz de
responderlas,
había funcionado, en 1974, a la perfección: Mitterrand había buscado
ingenuamente, cada vez, una respuesta. Principio básico para el inminente
debate de 1981: Mitterrand no deberá, bajo ningún concepto, responder las
preguntas que le haga Giscard.
Después, se
puede discutir cómo tiene que reaccionar en cada caso (por ejemplo, poniendo
en duda la legitimidad de su adversario para hacer la pregunta). Esa regla
táctica fue sin duda una de las que salvaron a Mitterrand durante aquel
debate de 1981; hizo posible el memorable “¡yo no soy su alumno!”, ante una
pregunta “pedagógica” de Giscard. En fin, la historia termina bien:
Mitterrand fue 14 años presidente de Francia.
Me disculpo
por ese feedback y vuelvo al aquí y ahora de nuestro país.
Daniel Scioli tiene precisamente la reputación
de no contestar las preguntas directas que se le hacen en público. ¿Cómo
reacciona entonces Scioli ante una pregunta directa? ¿Se hace el sordo, mira
para otro lado, se escabulle con algún comentario general sobre otro tema?
Intentemos fijar, antes que nada y sin ninguna pretensión de exhaustividad,
algunos hechos de discurso: se puede hacer muchas cosas con una pregunta
directa. Vaya un ejemplo reciente:
entrevista radial del 1° de enero de este año.
—¿Usted es kirchnerista?
Scioli: Yo soy peronista, lo he dicho siempre.
El peronismo es dinámico, con ciclos, corrientes.
La respuesta
de Scioli tiene muchos implícitos pero son implícitos perfectamente normales
desde el punto de vista de la semántica de la lengua. Los resumo así: mi
identidad política se define en un nivel más abstracto que el nivel en que se
ubica su pregunta. La clase ‘los peronistas’ tiene subclases históricas: ‘los
kirchneristas’, ‘los menemistas’, ‘los disidentes’, etc. Yo no me identifico
con corrientes ni con ciclos (sobreentendido: ‘peronista’ es una categoría
más estable, de más largo plazo). En este caso, la condición para producir el
efecto buscado de cambio de nivel era, sin ninguna duda, no contestar ni sí
ni no a la pregunta tal como había sido formulada.
Junio de
2012. La pregunta directa fue si se veía candidato presidencial en 2015.
Respuesta de Scioli: “Soy
un humilde trabajador de la política que hoy tiene la gran responsabilidad de
gobernar Buenos Aires. No voy a cometer el error de hablar de aspiraciones
futuras, cuando la gente me reeligió hace cinco meses”. Clarísimo: la
pregunta está fuera de lugar y sería un error tratar de contestarla.
Enero de
2013. En PERFIL. El siguiente intercambio merece una atención particular.
—¿Cómo se
lleva con Alicia Kirchner?
Scioli: Muy
bien, siempre tuvimos mucho respeto.
—¿Es una
buena candidata para la provincia de Buenos Aires en 2013?
Scioli: Ella
hace un trabajo silencioso, eficaz, sobrio, y tiene una gran experiencia. Con
la Presidenta, cuando llegue el momento, hablaremos de la elección, de las
listas.
—¿Por qué evade las respuestas?
Scioli: Te estoy contestando todo (…) decime qué
pregunta me hiciste que yo no te respondí, decime una.
—La última,
por ejemplo, ¿Alicia es una buena candidata para la provincia?
Scioli: Si
todavía la Presidenta o ella no lo han definido, cómo voy a planificar sobre
eso. Yo te estoy hablando de los atributos de Alicia.
—¿Tiene atributos para ser candidata?
Scioli: Te estoy diciendo cosas más importantes
de Alicia que la simplicidad de una candidatura.
La metodología de Scioli no parece consistir
simplemente en evitar responder las preguntas directas; lo que hace de manera
sistemática es evaluar la pregunta –en la mayoría de los casos de manera
implícita– calificándola: como prematura, como fuera de lugar, como planteada
en un nivel que no corresponde, como necesitando una reformulación, etc.
Práctica que puede considerarse totalmente normal en un responsable político
de primera línea.
Pero claro, a
lo largo de sus múltiples intervenciones, Scioli está haciendo también otra cosa: está
construyendo un espacio-tiempo político propio, un ámbito que él busca
definir como estable: peronista siempre.
Ese ámbito
trasciende los incidentes menores de la coyuntura, asociados por lo general a
motivaciones y ambiciones personales (“yo no tomo decisiones a nivel
personal”). En ese espacio-tiempo, Daniel Scioli tiene sus reglas de
conducta. Está
focalizado en el presente de su trabajo y sus responsabilidades.
(“tengo la energía puesta en la gestión, no en cuestiones electorales”) No confronta. (“la
pelea entre los dirigentes no le soluciona los problemas a la gente. Yo hablo
con quien tengo que hablar y no confronto”. “Yo este año no necesité andar
peleándome, confrontando, comentando declaraciones de otros; yo me peleo con
los que me tengo que pelear, con las organizaciones del narcotráfico, con las
injusticias”). No opina
sobre temas respecto de los cuales los responsables directamente involucrados
no han tomado las decisiones que corresponde. (“Si todavía la
Presidenta o ella no lo han definido, cómo voy a planificar sobre eso”). No
sigue los múltiples rumores que circulan sobre los aspectos más diversos de
la situación política ni tampoco las declaraciones de tal o cual funcionario.
(“No puedo andar corriendo detrás de los rumores o haciéndome eco de cada
especulación electoral. Soy respetuoso de la democracia, de las opiniones de
todos, así que hago mi trabajo y punto”). Y cuando hay un problema de fondo,
habla directamente con Cristina: así de simple.
Veamos dos
ejemplos referidos directamente a Cristina. Entrevista en el programa El oro
y el moro, conducido por Eduardo Feinmann:
Feinmann: ¿Le
gustaría que ella sea candidata a presidente?
Scioli: Yo lo
dije en el día de ayer cuando me lo han preguntado que, a partir de la
facultad constitucional, a partir del trabajo que está haciendo, hay un gran
consenso y respaldo para que pueda continuar al frente del Gobierno nacional.
Obviamente, son decisiones que forman parte de su reflexión, de su análisis,
de su decisión.
Scioli da una respuesta institucional ignorando
la dimensión subjetiva del “le gustaría” (recordar la frase ya citada: “Yo no
tomo decisiones a nivel personal”).
Pregunta:
supuesto malestar de la Casa Rosada ante su reticencia a apoyar la reelección
de Cristina. Rotundo “no” de Scioli: “Nunca escuché eso, jamás. Todo lo
contrario. Cuando pasan estas cosas, hablo con ella. Yo, cuando hay algo de
esto, lo que hago es hablar con la Presidenta. Yo no soy ni obsecuente, ni
ando todo el tiempo diciendo necesito que me digas qué querés”.
En este
dispositivo, la relación directa con Cristina es un elemento central. El efecto es que la Presidenta
aparece siempre involucrada en las propias decisiones del gobernador.
“Con la Presidenta, cuando llegue el momento, hablaremos de la elección…”;
“hablé con la Presidenta y vamos a trabajar codo a codo con el Gobierno
nacional”; “yo me guío por lo que hablo con la Presidenta, no puedo andar
guiándome por lo que dicen otros funcionarios”.
Enero de 2011:
la pregunta directa fue si estaba al tanto del rumor de su candidatura, en el
caso de que Cristina Kirchner no se presentara para pelear por su reelección.
Scioli: “Sí, pero estoy haciendo mi trabajo como gobernador, y ésta es la
realidad. Después vendrán los tiempos electorales. Yo formo parte, como lo he
dicho en varias oportunidades, de un equipo de trabajo, de un trabajo que
estamos llevando adelante con la Presidenta…”. A propósito de Mariotto: “… él
está yendo a distintos municipios con una gran disposición a ayudarme, de
honrar esta confianza que hemos depositado en él con la Presidenta para
llevar adelante esta responsabilidad institucional”. Pregunta directa: ¿“A
usted le molesta esa candidatura [la de Martín Sabbatella]? Scioli: “Repito:
creo en mi trabajo y confío en la gente. La gente puede tener la tranquilidad
de que Cristina y Scioli, ese equipo que viene desde 2003 hasta ahora, tienen
la posibilidad de seguir adelante”. La metáfora conyugal es explícita: “Tengo
diferencias con Cristina y me llevo bárbaro; tengo diferencias con Karina [su
esposa] y hace treinta años que la conozco”. Más allá de la metáfora, un
principio: las diferencias son una dimensión natural del vínculo entre las
personas que trabajan en un mismo proyecto político. ¿Y el vínculo con la
oposición? Véase su comentario con motivo de una reunión pública mantenida
con Mauricio Macri: “Uno puede estar en un proyecto político, pero hay un
tema de interés de la gente y es mi forma de trabajar: hablar con las
personas que tienen representatividad institucional para encarar soluciones
en conjunto de temas como la basura”.
Si
consideramos globalmente los elementos de esta configuración discursiva, no cabe duda de que el perfil
público que está construyendo Daniel Scioli es, en sentido estricto,
excepcional, único: ningún otro funcionario del Gobierno tiene semejante
posicionamiento.
Evaluar su
eficacia con respecto a qué objetivos es otra historia. Claro que nada impide
especular al respecto, con los consiguientes riesgos.
La
distinción, comentada más arriba, entre un espacio-tiempo político estable y
trascendente por un lado, y el flujo de los incidentes cotidianos de la
coyuntura por otro lado, es una disociación fuerte y resulta extremadamente
útil: le otorga a este
dispositivo de Scioli una capacidad de absorción de los ataques casi
infinita, una suerte de inmunidad que es sin duda el factor más irritante
para el kirchnerismo.
De aquí nadie
me mueve es, en cierto modo, el mensaje de Scioli; sacarme del camino exigirá
un cuestionamiento directo, explícito y global, que sólo será legítimo si
viene directamente de la propia Presidenta. Que sea global, es decir que
cuestione esa posición genérica del eterno peronista imperturbable, es un
aspecto decisivo: las críticas sobre tal o cual problema particular, por
duras que parezcan y aunque vengan de la propia Presidenta, son absorbidas
como parte de las “diferencias” que existen siempre entre los que llevan
adelante un proyecto político común. En el panorama actual del oficialismo no
se ve, por el momento al menos, ningún factor que pueda inducir a la
Presidenta a considerar necesario (o conveniente) semejante enfrentamiento.
En términos
de una eventual candidatura presidencial, el dispositivo que estamos
comentando no deja de plantear algunos problemas serios. Si como mecanismo de
posicionamiento frente a las múltiples internas del oficialismo ha resultado
hasta ahora notablemente eficaz, no tiene en cambio ningún atractivo en el
contexto de una elección presidencial.
La percepción negativa de la táctica de Scioli
ya existe, dentro y fuera del kirchnerismo, y puede fácilmente amplificarse: oportunista, está
siempre con el oficialismo, antes fue menemista y ahora es cristinista, se
traga todos los sapos, etcétera. Y aun en el caso de una lectura no
necesariamente negativa de esa táctica (como es mi caso), hay una gran distancia entre
ese dispositivo de esponja, que absorbe desplazando sobre el otro la decisión
de una ruptura, y el perfil de un candidato presidencial.
Se me dirá
que en la Argentina todo es posible. Concedido. Es verdad que Cristina nunca
ha desmentido la existencia de esas conversaciones con Scioli. Vaya uno a
saber. Tal vez baste que, llegado el momento, Scioli hable con la Presidenta
para que el tema de la candidatura de 2015 quede definitivamente resuelto…
*Profesor
emérito de la Universidad de San Andrés.
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